Pablo

"Fui más allá del oro: entré en la huelga."
-Pablo Neruda

Pablo: la Arcilla, el Relámpago,
el Partido.
¿Porqué no vendrás hoy, así
escribiría unos versos tremendos
de lucha con ternura?

Me diste el amor de América
con aquel canto inconmensurable.
Me enseñaste a leer la poesía
con crudeza de soldado miliciano.
Me has hecho indestructible
con un poema de amor compartido.

Neruda: la Arcilla, el Relámpago,
El Partido.
Soldado entre poetas; maestro entre soldados.
Desde tu patria lanzaste
un ejemplo sagrado.

Que no se olviden: en ella reinan
desde hoy tus asesinos.
Que no se rindan: tu lanza
se ha vuelto a clavar, allí,
donde duerme el enemigo.

Valiente en sus maneras

Somos como sangre derramada.

Me gusta ese verso. Aunque
por más esfuerzo, no tiene
sentido; ni lo intentes.


Es la ignominia del color.

La vi en el diccionario. Aunque
descubrí una palabra maravillosa
no me sirvió en este poema.


Y sí. Este es un día perfecto, de gris
pero sin
lluvia,
ofuscado por melancólico.
Con todas las ganas de escribirlo:
de que sea,
en un poema de tres versos,
perfectible, verosímil;
bello y contundente.

Con todas las ganas, todas,
todas, quedan en nada.
Es de esos días
ya bien conocidos, doscientas veces siete
vividos.

Es un día para dedicarlo
a los otros, a lo ya escribido.

Es para leer medio libro o
escuchar una película de fondo.

Es un día con ganas de decir y no
poder:
valiente en sus
maneras;
inútil en
sus letras.

Para mí perdido para ustedes
y mañana perdido entre
algunos papeles.

Poema con estructura

Si tu patria no te alcanza:
toma tu pluma, tu rama,
tu bala: empuña tu lanza,
la preferida;
y dispara, ahí dispara.
Dilo y dispara,
cuando la patria no alcanze.

Si tu patria no te alcanza:
no te alcanze una desidia
ni te aturdan tus miserias.
Hacia el estrado
esa vieja clase y también
nuestro pasado.
(Pero lleva este Partido).

Anduve por las cuevas

Anduve por las cuevas
de la luz violenta.
Se me derritieron de a poco;
se me escurrieron por los poros
el hígado, la retina y el tabique.

Me despertaba escupiendo astillas,
de hueso: a martillazos,
desprendidas de mi cráneo.

Me desperté sin saber de ayer.
Me acosté sin querer despertar.
También y todo, así.
Desperté sin poder querer.
Volvía sin querer y sabía.

Entonces caminé, caminé y me alejé
caminé-caminé, y caminé, caminé.

...

Con dos tercios
de la vida muerta,
con la esperanza de los otros
en mí traicionada:

Empecé y empecé y empecé,
empecé y no dejé de empezar.

Entonces dejé
de ser: fui cien, un mil, un montón.
O vivos o muertos o no.
Se hicieron en uno, uno más.

Y ahí, justo ahí, desde ahí.
Y ahí, justo ahí es que empieza
que viene, ese verso que viene.