Anduve por las cuevas
de la luz violenta.
Se me derritieron de a poco;
se me escurrieron por los poros
el hígado, la retina y el tabique.
Me despertaba escupiendo astillas,
de hueso: a martillazos,
desprendidas de mi cráneo.
Me desperté sin saber de ayer.
Me acosté sin querer despertar.
También y todo, así.
Desperté sin poder querer.
Volvía sin querer y sabía.
Entonces caminé, caminé y me alejé
caminé-caminé, y caminé, caminé.
...
Con dos tercios
de la vida muerta,
con la esperanza de los otros
en mí traicionada:
Empecé y empecé y empecé,
empecé y no dejé de empezar.
Entonces dejé
de ser: fui cien, un mil, un montón.
O vivos o muertos o no.
Se hicieron en uno, uno más.
Y ahí, justo ahí, desde ahí.
Y ahí, justo ahí es que empieza
que viene, ese verso que viene.
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